Escribe: Alberto Morales
Desde cuando los publicistas descubrieron a Freud, ellos, tan literales siempre, se reafirmaron en la idea de que la mujer debería ser su objeto en los mensajes.
En los pechos vibrantes de las chicas modelos terminaba el alcance de la creatividad. Bastaba que la fotografía de un mujer sensual acompañara el producto, cualquiera fuera, o que la cámara hiciera un paneo por sus nalgas rebosantes, para que se soñara con la efectividad.
Ahh, es una delicia observar las piezas y mensajes de las décadas del 60 y el 70 para descubrir, sin sorpresas, esa obsesión publicitaria con la silueta femenina, los ojos entornados, la mirada seductora.
Ya entrados en el mundo de la segmentación, la mujer, además de ser instrumento y objeto de la publicidad, se convirtió a su vez en grupo objetivo del mensaje, pero esto no representó un cambio significativo en la manera como la industria publicitaria seguía mirándola.
Dados a simplificarlo todo, entonces la convirtieron en estereotipos: La mujer ejecutiva, la seductora, la que es ama de casa, la audaz. Y entonces los mensajes no sólo exacerban esos estereotipos sino que entregan una figura de mujer ajustada a los sueños de los hombres: Cualquiera que sea el rol que se le asigne en el mensaje, es siempre una mujer delgada, de piernas largas, domesticada, bella, bella, bella a la manera en la que los hombres las conciben bellas.
Y cuando el mensaje evoluciona a una combinación de “todas las formas de lucha”, y el bien o el servicio o la marca deben ser referidos en vivo en los programas de TV por presentadoras de secciones, o se hacen activaciones en las calles, entonces ellas deben ser también ajustadas al estereotipo y ser siempre delgadas, de piernas largas, domesticadas, bellas, bellas,bellas, a la manera en que los hombres las conciben bellas.
En este mes en el que se celebra el día internacional de los Derechos de la Mujer, reflexiona uno que en la actividad publicitaria si que falta trecho por recorrer….
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