AHÍ VA EL CAPÍTULO XIX DE LA NOVELA.

escribe: Alberto Morales

Hay algunas reflexiones filosóficas que se matizan con una noche inolvidable luego del encuentro con una vieja amiga.

DIECINUEVE

El hecho de haber orado a dios con todas las fuerzas de su alma para que le salvara la vida, se le convirtió en un tormento que lo acompañó por años. Había sido un acto contradictorio que no sólo era inconfesable sino que le avergonzaba.

Tiene la certeza de que su encuentro con el “Libro del Desasosiego” de Fernando Pessoa se originó en ese tormento. Piensa que la palabra desasosiego describía de manera perfecta eso que sentía.

No vivía así todos los días y a toda hora, es cierto, pero su incongruencia en los minutos del terror era una carga que lo acompañaba siempre y afloraba en las horas más insospechadas.

Compró el libro a instancias de Miguel, un antiguo militante del Partido que se encontró por las épocas en las que ya había emigrado, cuando llevaba por lo menos diez años por fuera de Manizales.

Recuerda todas las sensaciones y preguntas que se le vinieron encima al leer el “Primer Artículo”:

“Cuando nació la generación a la que pertenezco, encontró el mundo desprovisto de apoyos para quien tuviera cerebro y al mismo tiempo corazón. El trabajo destructivo de las generaciones anteriores había hecho que el mundo para el que nacimos no tuviese seguridad en el orden religioso, apoyo que ofrecernos en el orden moral, tranquilidad que darnos en el orden político. Nacimos ya en plena angustia metafísica, en plena angustia moral…”

¿Habrá sido todo su período militante un reflejo de la “angustia moral”?. No, no tiene claridad o recuerdos de haberse intranquilizado con el mundo en el que estaba viviendo antes de su encuentro con el marxismo. Caminaba por la vida  en una especie de inconsciencia, “ejerciendo” su condición de hijo de familia, comportándose como un muchacho cualquiera.

Bueno, fue al centro literario del profesor Javier Botero, hizo parte de “Los Castores”, una especie de cofradía de adolescentes que hacían “trabajo social” organizando vacaciones recreativas para los niños pobres o alfabetizando adultos en su tiempo libre. Piensa ahora que eran actividades que realizaba como un autómata, sin contextualizarlas ni analizarlas.

Pero que alguien le dijera que “la vida puede ser sentida como una náusea en el estómago y la existencia de la propia alma, como una molestia muscular” y que  “la desolación del espíritu, cuando se siente agudamente, produce mareas  desde lejos, en el cuerpo, y duele por delegación…” le hacía sentir  que no estaba sólo en sus reflexiones sobre la incoherencia y que no eran exclusivamente suyos los efectos de sus dolores internos.

Le indigna haber cedido a la ignorancia.

Lee en Pessoa que hubo una  generación que “redujo los evangelios y la anterior hidrografía de los judíos a un montón dudoso de mitos, de leyendas y de mera literatura…” y entonces sabe que es en esa verdad en donde descansa su desazón.

No puede menos que evocar de nuevo a Pachón y sus experiencias en “Mi Libro”.

Primero fueron sus denuncias delirantes sobre la patraña de la conquista de la luna por parte del imperialismo Yanqui, vociferando la evidencia de que  esta farsa no es nada distinta a una puesta en escena filmada en algún estudio de Hollywood; luego sus teorías sobre la conspiración imperialista y el silencio aberrante del gobierno gringo sobre el fenómeno OVNI, conspiración que sustentaba con decenas de folletos de pésima factura y horrorosa presentación, en los que la charlatanería se hacía más que evidente.

Después fue la recreación del descubrimiento de “los rollos de Qumrán” o los Pergaminos del Mar Muerto que -podía demostrarlo- destrozaban mitos y falacias de las que difundía la Iglesia.

Descubiertos en 1947, se trataba de casi ochocientos documentos escritos en hebreo y en arameo por parte de una secta conocida como los Esenios.

Estaban ahí textos que databan desde el año 250 antes de Jesucristo hasta el año 66 de nuestra era. Un período impresionante. Textos como el “Libro de Henoc”, el “Testamento de los doce Patriarcas” y el “Libro de los Jubileos”, estaban ya perfectamente traducidos por expertos y sus contenidos eran reveladores.

Entonces se le dejó venir con lo que para él era la “estocada final”: Una abundante documentación y bibliografía que hacía evidente la ausencia del rigor histórico en lo que la Iglesia denominaba sus documentos sagrados, tanto los del antiguo como los del nuevo testamento.

Inconsistencias como que según el apóstol Mateo, el Mesías nació bajo el mandato de Herodes el Grande que, históricamente está demostrado, murió cuatro años antes de que Jesús supuestamente naciera. Y hay más, pues según Lucas la natividad se dio durante el censo de Judea, censo que también está registrado históricamente como una iniciativa de Quirino, gobernador de Siria en el año 7 de nuestra era.

La verdad era que el nacimiento de Jesús había sido fijado arbitrariamente por “Dionisio el pequeño”, un monje del siglo VI – le explicaba – para que sirviera como fecha inicial de la era Cristiana. De hecho, concluía Pachón exaltado, ningún Evangelio cita al 25 de Diciembre como el día del nacimiento. Una fecha absurda además puesto que el frío inmisericorde que se vive en Palestina por esos días impediría físicamente que hubiese pastores en algún lado cuidando sus rebaños para recibir la buena nueva.

Alcanzó a divertirse con el cuento del grano de mostaza. Biblia en mano, Pachón recogía el versículo 13,31 del evangelio de Mateo: “Es semejante el reino de los cielos a un grano de mostaza, que tomándolo un hombre lo sembró en su campo, y siendo la más pequeña de todas las semillas, cuando ha crecido es mayor que las hortalizas, y se hace un árbol, de modo que vienen las aves del cielo a cobijarse en sus ramas”. Y entonces reía sin consideración, ahogándose de la hilaridad mientras expresaba que Mateo era un imbécil, puesto que la mostaza jamás ha sido un árbol, es un arbusto que, en el mejor de los casos alcanza un metro de altura.

Y seguía imparable, demostrando que la ascensión de María al cielo era un mito reciente, decretado por el Papa Pio XII en 1950, puesto que no existe un solo documento que se ocupe del destino final de la madre del nazareno. Dicho sea de paso, tampoco hay un solo documento del cristianismo primigenio que haga referencia a los Sacramentos.

Para Pachón, toda la parafernalia del Cristianismo como Iglesia fue una construcción de Pablo, a quien se debe el culto a la supuesta divinidad de Jesús.

Leyó con atención todos los textos que el librero le facilitaba con la condición de que no los sacara de la librería y quedó genuinamente persuadido.

El encuentro del materialismo dialéctico lo tranquilizó. De hecho, cuando leyó la tesis de Mao Tse Tung sobre el origen de las ideas correctas, decidió que era ése el camino a seguir: “¿De dónde provienen las ideas correctas? ¿Caen del cielo? No. ¿Son innatas de los cerebros? No. Sólo pueden provenir de la práctica social, de las tres clases de práctica: La lucha por la producción, la  lucha de clases y los experimentos científicos de la sociedad. La existencia social de la gente determina sus pensamientos…al comienzo, el conocimiento es puramente sensitivo. Al acumularse cuantitativamente ese conocimiento sensitivo se producirá un salto y se convertirá en conocimiento racional, en ideas…”

El carácter incontrovertible de esa tesis se convirtió precisamente en el origen de su desasosiego. Tenía las ideas claras, pero en el momento del terror ese dios al que se aferró era el dios cristiano, el de las incongruencias.

¿Por qué lo hizo? Esta era su pregunta recurrente, hasta cuando se encontró con Estanislao Zuleta.

Lo descubrió tarde porque lo prejuicio siempre. No sabe en dónde se construyó la idea de que Zuleta era un ideólogo del Trotskismo y desde ese sectarismo propio de la ignorancia, se había negado a leerlo.

Aliviado de resabios intelectuales, lo abordó por la misma época en la que se encontró con Pessoa y entonces entendió una cosa que se había negado a entender: Fue incongruente simple y llanamente porque era joven. No era joven en la perspectiva planteada por Sartre según la cual la juventud es una enfermedad burguesa. Era joven e inexperto, llevaba poco tiempo transitando por la vida, su relación con el materialismo dialéctico era muy reciente y venía de una familia con profundas convicciones cristianas.

Entiende ahora que esa militancia del primer año fue asumida como una vocación “salvadora”, una opción por los pobres y los desposeídos, una misión, un “apostolado”. Eso era todo, pero tardó cerca de veinte años en entenderlo.

Recién llegado de los sucesos de Supía, la camarada Sonia fue una tabla salvadora. Decidió adoptarlo, acompañarlo en su convalecencia, distraerlo. No salía de su casa. Le leía, veían juntos la televisión, le traía noticias de sus compañeros, conversaban.

Fue una amiga entrañable durante todo ese diciembre  y nunca hablaron de su noche de pasión silenciosa el día de la toma de la universidad. Lo trataba con ternura sí, pero guardaba una cierta distancia.

Tres semanas después, cuando él ya estaba totalmente recuperado, Sonia estableció una relación seria e intensa con un estudiante de Comunicación Social y desapareció de su vida. A los pocos meses se salió del Partido.

Fue sólo después de seis años que pudo hablar con ella nuevamente en un encuentro casual. Se había vuelto una experta en relaciones industriales y su causa era ahora la vida vegetariana y el movimiento ecológico. “La onda de la  nueva era Jóse”, le dijo al despedirse.

Mucho tiempo más tarde, por los días de su descubrimiento de Pessoa y de Estanislao, volvió a encontrarse con ella en Bogotá. El estaba en el hall del Hotel Tequendama, acababa de despedirse de un cliente con quien se había reunido toda la tarde. Eran casi las siete de la noche y había decidido tomarse un Whisky en “El Chispas”. Tenía la idea de encontrarse tal vez con algún conocido y conversar un rato antes de retirarse a su habitación.

Al principio no pudo identificarla. Era una imagen conocida pero esa figura no encajaba con sus recuerdos. Ya no era la morena rolliza con rostro hermoso de nariz perfecta y ojos asombrosos. Parecía haber ganado estatura y lucía una esbeltez desconocida. Caminaba con el halo del poder, sus maneras eran elegantes, sus prendas de marca. Se dirigía a uno de los teléfonos del Hall para comunicarse con alguien alojado en el Hotel. Lo miró con desparpajo cuando se sintió observada y fue ella quien lo reconoció al instante. ¡Jóse! le dijo en el momento en el que colgaba el teléfono y le brindó un abrazo afectuoso. Fue cuando pudo por fin encajarla en su memoria: ¡Sonia!

Hablaron largo rato en la barra del bar. Se contaron sus vidas. Ella era ahora vicepresidente de una poderosa compañía de alimentos que no sólo se extendía a lo largo y ancho del país sino que tenía plantas en varias capitales de Latinoamérica. Su área era el mercadeo. Nunca se había casado, el trabajo era su pasión.

Durante todo el tiempo bebió limonada. Seguía siendo vegetariana y no consumía alcohol. No necesito beber para perder la razón – le dijo con coquetería-

Eran las nueve y cuarenta y cinco de la noche cuando llegaron a su apartamento. Tenía una vista espectacular de la ciudad que se veía imponente desde allí, desde esa colina de la carrera tercera con la calle ciento tres, piso nueve. No hubo preámbulos.

Sonia resultó un prodigio de la sensualidad. Tenía la habilidad de enrollarse en tu cuerpo, de descubrirte espacios insospechados para la caricia, de moverse sobre tu piel como si fuera ingrávida, como si te estuviera recorriendo un aroma. La suya era una sensibilidad felina y su sexualidad era ronroneante.

Ella asumía en la cama toda la responsabilidad, de manera tal que sólo tenías que dejar que las cosas sucedieran.-

Sonia te abraza, te succiona, te cabalga. Sonia es tu dueña. Te besa, te voltea, te devora. Sonia te toma, te acaricia, te susurra. Sonia te conduce, te eleva, te extasía. Sonia te suspira, te llora, te ríe. Sonia, Sonia infinita en el placer. Sonia hasta el amanecer.

No pudo tomar el avión porque se levantó tarde. Cuando abrió los ojos Sonia ya no estaba. Vio una nota de ella junto a la lámpara del lado derecho de la cama. “Fui feliz. Nos debíamos esta noche”.

Trató de comunicarse con ella varias veces llamándola a sus oficinas, pero siempre le dijeron que estaba de viaje fuera del país. Nunca respondió sus llamadas y jamás la volvió a ver.

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