ESE MUNDO FELIZ DE STEVEN PINKER

Escribe: Alberto Morales

Un señor muy orondo, con unos cachos enormes.

Ha sido muy visible por estos días una especie de “deslumbramiento” con el psicólogo Steven Pinker quien, repleto de entusiasmo, camina por el mundo como portador de la buena nueva: “¡La humanidad atraviesa su mejor momento!”. La frase tiene sustento en su último best seller: “En defensa de la Ilustración”.

No hay inocencia en ese texto. Se trata de defender las bondades de “un desarrollo histórico global que se ha dado en llamar el nuevo renacimiento y la segunda era de las máquinas” (Pinker, 2018) desarrollo histórico que, en la perspectiva de Pinker, se soporta en “un humanismo ilustrado, cosmopolita y liberal” lo que le permite, con perversa sutileza, entronizar la superioridad de la economía social de mercado o Modelo Neoliberal.

El razonamiento es sencillo: como quiera que nunca antes en la historia hubo tantos y tan formidables avances, ergo, este modelo económico imperante es la fórmula omnipotente del progreso humano.

El optimismo radical de Pinker dialoga desde luego con esa otra “verdad” que hizo carrera en la década del 90 del siglo pasado, predicada por el politólogo Francis Fukuyama, según la cual habíamos llegado a una etapa última: “El fin de la historia”, que proclamaba el triunfo definitivo de la “idea occidental” o del liberalismo occidental sobre cualquiera otra alternativa existente.

A no dudarlo, ambos textos son herramientas de propaganda.

David Graeber (2014) en su “Guía práctica para utopistas” expresa a propósito del neoliberalismo que “el desempeño de la economía mundial en los últimos 30 años ha sido sin duda mediocre, excepción hecha de uno o dos casos (China en particular)… Según sus propios estándares, el proyecto era ya un fracaso antes del colapso de 2008… Pero como proyecto político, el neoliberalismo es extraordinariamente eficaz: han logrado convencer al mundo de que el capitalismo – y no solo el capitalismo sino más precisamente el capitalismo semifeudal de financiamiento, precisamente el que tenemos en este momento – es el único sistema económico viable. Pensándolo bien, es un logro extraordinario”. A no dudarlo, el texto del señor Pinker está en la línea de esa estrategia de persuasión.

El argumento de Pinker (2018) se nutre de una avalancha de datos, un derroche de “erudición” y un artilugio muy del estilo de Paulo Coelho: soltar de cuando en vez frases que satisfagan a todo el mundo cualquiera sea su creencia, aunque esas frases contradigan las anteriores. Es relevante no solo su llamado al optimismo sino la muy notable nota de alerta: “Los intelectuales odian el progreso”, son “profetas de la fatalidad”.

Pinker puede ser cualquier cosa, menos un humanista

Desde luego que, en términos cuantitativos, más personas tienen hoy acceso a la salud que en todos los siglos pasados. Hay avances tecnológicos innegables desde el punto de vista de la comunicación, la conectividad y el acceso a la información, más cultivos, más educación, más medios de transporte, más, más, más de todo. Pero desde luego que tal evolución no se ha construido en una perspectiva de “la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso” (Pinker, 2018), sino que se ha construido en la perspectiva del desarrollo del capital, de un tipo particular de capital, y a una considerable distancia del auténtico desarrollo humano y de una ética humanística. El “progreso” de Pinker no es un progreso en abstracto sino, contrario a lo que él dice, un “progreso” groseramente politizado. Cuando él afirma que “para hacer más racional el discurso público, deberían despolitizarse los temas todo lo posible”, lo que está llamando es a que NO miremos el neoliberalismo en una perspectiva política, lo que es virtualmente
inaceptable.

El humanismo de Pinker es muy original: es “consecuencialista” tiene “un aroma utilitarista” y es profundamente “racionalista” Su definición es hilarante: “Aunque el humanismo es el código moral en el que convergen las personas cuando son racionales y culturalmente diversas y necesitan llevarse bien, no es en modo alguno un común denominador insulso ni empalagoso” (Pinker, 2018).

La lógica de Pinker es que el humanismo es bienestar humano y el bienestar humano es felicidad.

Utiliza muy poco la palabra “ética”. Le gusta más la palabra “moral”. La moral,  como es sabido, es un acuerdo social. La ética es trascendental.

El concepto del humanismo ha venido evolucionando con el tiempo. El de hoy no es el de la Acrópolis griega, ni el humanismo del Renacimiento que emerge como una respuesta al oscurantismo medieval y su teocentrismo. Ese humanismo que se ocupó de recuperar la confianza en el ser humano y su creatividad y que hizo del mundo el reino del hombre, es el responsable de las grandes revoluciones de los siglos XVIII y XIX y de la construcción de nuevos tipos de sociedades.

Ese período contribuyó a que los seres humanos termináramos comprendiendo
nuestra condición de seres históricos.

Pero el humanismo de hoy, precisamente por las consecuencias devastadoras del ascenso del neoliberalismo, está más cerca del “yo trascendental” de Kant en toda su condición de categoría “a priori” y se aborda en la perspectiva ética de la responsabilidad, la conciencia, el respeto, el reconocimiento de la diversidad, la libertad, la solidaridad, la autodeterminación, el ejercicio del pensamiento crítico, la idea de un mundo múltiple que no está únicamente a nuestro servicio.

Un humanismo que asume el deber ser de una ética en la ciencia y en la tecnología, una ética en el capital.

La euforia de la felicidad y la derrota del pensamiento

Alain Finkielkraut, hizo en el año 1987 una lectura de la sociedad a través de un alegato sobre la manera como la barbarie ha acabado de apoderarse de la cultura y un análisis “del consumo y el crecimiento sin fin” a quienes atribuye la condición “del nuevo paradigma y la nueva religión”. No pensar nos reduce a ser espectadores.

¿Alguien puede creer, de verdad, que es muy “avanzada y desarrollada” una sociedad a la que le da igual un cómic que una novela de Nabokov, un eslogan publicitario que un poema de René Chard?” (Finkielkraut, 2006).

No, al “mundo desarrollado” del señor Pinker no le interesa una sociedad que piense y se problematice porque eso va en contravía de la felicidad.
Tal vez quien mejor define el resultado final de ese “progreso” pinkeriano es el filósofo surcoreano Byung Chul Han, quien afirma que la sociedad está
domesticada. “Ahora uno se explota a sí mismo figurándose que se está realizando…” (Chul Han, 2017).

“Progreso” a la manera de más información y menos conocimiento

El profesor Nicholas Carr publicó en 2010 un apasionante y demoledor texto que, bajo la denominación de “Superficiales”, respondió de manera incontrovertible un interrogante: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? El texto hace consideraciones de gran impacto que demuestran como estamos sacrificando nuestra capacidad de lectura y de pensamiento crítico, profundo y reflexivo en aras a la adquisición veloz de información superficial. Demuestra que se están presentando alteraciones severas en nuestros procesos neuronales y que hay cambios evidentes en nuestros cerebros que, de manera paulatina y siniestra, anularán la manera como asumimos el pensamiento y el análisis hasta hoy.

Uno de los riesgos que avizora Carr es precisamente el de la fascistización de la sociedad. La ausencia de reflexión provocaría un consenso universal, un “estar de acuerdo” con la idea básica imperante, un rechazo a toda idea nueva por considerarla subversiva, un estancamiento intelectual. Nos quieren dispersos.

Nunca antes existió un medio como la Red, programado para dispersar nuestra atención de modo tan exhaustivo como insistente”. (Carr, 2010).

Eso explica la razón por la cual al señor Steven Pinker (2018) considera que los pensadores y los intelectuales son “profetas de la fatalidad”.

Pinker es un Alpha de “El Mundo Feliz” de Huxley

Aldous Huxley publicó esta distopía en el lejano 1932 que avizora una sociedad futura 600 años más adelante, en la que ya por fin han terminado todas las guerras. Los avances tecnológicos y los logros de la ciencia han llegado a niveles delirantes y la sociedad se ha organizado de manera tal que la felicidad es su más grande conquista. Han desaparecido las naciones y toda esta perfección opera en un Estado Mundial. Para llegar a este extraordinario nivel se han tomado medidas tales como la eliminación de la familia, la desaparición de la diversidad cultural, el arte, la literatura, las religiones, la filosofía. El leit motiv de esta nueva organización mundial es “Comunidad, identidad, estabilidad”.

Cada individuo nace con un lugar asignado en la jerarquía social: los Alphas que conforman la élite, los Beta que son los ejecutivos, los Gamma que son los empleados subalternos, los Delta que son los subalternos de los Gammas y los Épsilon que serían la escala última, los de los trabajos duros.

Supongo que a los Epsilones no les importa ser Epsilones – dijo en voz alta – Claro que no. Es imposible. Ellos no saben en qué consiste ser otra cosa…
(Huxley, 2015).

El humanismo, por el contrario, se construye a partir de un axioma: Somos la única especie animal que sabe que existe. Si nos quitan ese saber, si nuestra felicidad no es un reto apasionante, una búsqueda, un acto de coherencia, entonces le estaremos dando razón a Nicholas Carr (2010): “Nuestra capacidad de embarcarnos en el “pensamiento meditativo”, que para Heidegger era la esencia misma de nuestra humanidad, podría  convertirse en una víctima del progreso más atolondrado”.

Pero mire usted, la onda no es el fatalismo. La humanidad será capaz de sobreponerse a esta conspiración y, de manera inexorable, encontrará nuevos caminos.

Bibliografía

Carr, N. (2010). Superficiales: ¿Qué está haciendo el Internet con nuestras mentes? Madrid: Taurus
Chul Han, B. (2017). La Sociedad del cansancio. México: Heder
Finkielkraut, A. (2006). La derrota del pensamiento. Barcelona: Anagrama

Huxley, A. (2015). Un Mundo feliz. México: Casa Editorial Boek
Pinker, S. (2018). En defensa de la Ilustración. Barcelona: Paidós

Este artículo fue publicado en la Revista Generación de El Colombiano el 22 de septiembre de 2019

Fotografía tomada de: Revista Generación/Esteban Vanegas

 

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