OPINIÓN
Alberto Morales
publicista y escritor.
Ve uno la televisión de hoy y no puede menos que recordar esos documentales desgarradores de años atrás en las comunas de Medellín, en donde los muchachitos asesinos -convencidos de que no nacieron pa’ semilla hablaban de la violencia con un fervor extraño y ia asumían más que como un gesto cotidiano, como una especie de religión en la que la muerte era para ellos la maestra de la vida.
El ‘documental’ español con los ‘baby-sicarios’ de Pereira ofició a la manera de una reinvención de ese rito, que se suma a las estridencias de las nuevas series de televisión en donde la sangre derramada y la violencia desaforada enriquecen el festín del rating.
Ahora resulta que el ‘documental’ de los periodistas españoles fue un montaje grotesco.
El rating de nuevo, tan perverso él, tuvo el poder de borrar en las conciencias de esos comunicadores, todo vestigio de ética.
Y entonces es Fernando Savater el que termina explicando lo que ocurre y lo hace en una conferencia dictada aquí en Medellín muchos años atrás:
“Al desesperado por la muerte no se le ocurre ninguna virtud”.
Lo que da asco es la paulatina, la persistente, la sistemática construcción de eso que Savater llama “la urgencia de la muerte”.
Y agrega el fIlósofo español: “si los hombres no estuvieran urgidos por la muerte, no tendrían necesidad de comportarse brutalmente unos con otros”.
La idea verdaderamente revolucionaria, en consonancia con lo que dice Savater, es precisamente lo contrario: “humanizar la existencia”, vitalizar la existencia, asumir la vida como vencedores de la muerte y no como sus esclavos”.
Mire hasta donde ha llegado el festín de la muerte: un joven campesino es desarraigado, llevado con engaño a otro lugar lejano de su tierra.
Allí es concientemente asesinado y concientemente disfrazado de criminal para poder convertirlo en una cifra victoriosa de la guerra.
Ya todo ese ritual se le denomina “falso positivo”.
No es un asesinato, es un ‘falso positivo’: Y como falso positivo es asumido, y analizado, y estudiado, y convertido en noticia.
La muerte entrega, así, un parte de victoria y todos tan tranquilos. Ciertamente, la muerte nos degrada.
Pareciera olvidársenos que la muerte es el olvido, es ruptura, es silencio.
Ha de ser este discurso perverso de la muerte como maestra de la vida, el que aletarga a la nación, el que invita a resignarse, a silenciarse.
Uno puede entender la explicación de Savater, en el sentido de que hay una constante lucha en nosotros entre la muerte y la vida.
Tenemos a la muerte con su desesperación y, por tanto, con su odio, con su afán.
Está la vida en forma de alegría, de valores, de moral, de sentido a la existencia.
y es desde ese entendimiento que también entiende uno que hay una opción diferente, un camino a escoger de cara al discurso de la violencia.
Uno puede luchar, sacudirse, construir un contradiscurso frente a ese relato dominante. Uno puede.
La apuesta por la vida es un desafío a la muerte.
La opción por: la vida, la opción por lo vital es una apuesta por la ética.
Es en la vida en donde hay ética, en la vida en donde habita la moral, es la vida la que construye principios.
Así debe ser…
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