Cuando la publicidad insulta la inteligencia

 Escribe: Alberto Morales

 Ya usted lo ha podido apreciar. Se trata de esos comerciales de televisión y anuncios en general que se apoyan en anécdotas inverosímiles, en historias ridículas que insultan la inteligencia de quienes los soportan en los cortes de pauta.

 Y no estoy hablando de la anécdota ramplona, meramente informativa del odontólogo que explica frente a la cámara por qué la crema dental que recomienda si deja los dientes relucientes y sin caries, ni la historia manida, mil veces contada, en la que una actriz reconocida hace una prueba “ciega” a algunas amas de casa que se “sorprenden” porque la camisa lavada con el detergente del anuncio luce más nueva y más blanca que la camisa nueva; ni el de la presentadora de televisión que llega a la casa de la tía y le expresa compungida que cuál es la razón por la cual persiste en usar la crema lavaplatos que daña las manos, y la tía de ipsofacto cambia de decisión y en 30 segundos tiene tiempo para demostrar que su sobrina tenía  toda la razón. No, no es de esos.

 Hablo de los “derroches creativos” que subyacen en la historia del desodorante masculino a cuyo influjo caen rendidas las mujeres más hermosas, enloquecidas de pasión por quien lo usa, o del desodorante femenino que convierte a las mujeres en heroínas de aventuras exóticas, capaces de afrontar todos los riesgos y peligros, para no citar sino dos ejemplos.

 Un tipo de mensaje que asume al receptor como una especie de retardado mental que responderá compulsivamente a los llamados de esas marcas.

 El argumento de la licencia creativa ha venido degenerando en una ramplonería tal que, las más de las veces, nos hace sentir vergüenza ajena.

 Sorprende esta crisis de la inteligencia. En algunos casos, la realización de esas piezas televisivas está inundada de una tal cantidad de requerimientos de producción, locaciones, extras, efectos especiales, que no hay duda alguna en el sentido de que se han gastado fortunas, amén de los costos de difusión. Y entonces uno piensa quiénes serán los interlocutores de esos publicistas, qué piensan, qué hace que aprueben esos esperpentos.

 Y concluye uno: Es el imperio de lo fatuo, la liviandad y la incultura que hacen estragos. Publicistas y anunciantes que transitan por el mundo sufriendo del “síndrome del Pibe Valderrama”…Ellos lo ven “todo bien…todo bien…”

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