Por: Dannisol A.B.
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Vivimos penosamente bajo el argumento: “si no estás conectado, no existes”, “si no estás en redes sociales tampoco existes”. ¿Y?
Si no estás, ¿qué? ¿En verdad se puede creer que dejamos de existir?
Es absurdo.
Es como cuando te hayas en una reunión con un par de amigos compartiendo y supuestamente “hablando” pero nadie se mira entre sí, solo están viendo sus móviles, contestando y escribiendo mensajes de texto. Es más, ni una caminata se salva, no se disfruta del aire o el paisaje porque vamos pendientes del celular.
Es inevitable notar como el avance de la tecnología móvil absorbe los diferentes espacios, en una fila, en el bus, en el comedor, en el trabajo y hasta en el baño.Hay pocos lugares y momentos de la vida que se escapan al uso desmedido de dispositivos telefónicos “inteligentes”.Ya ni una simple operación matemática, como sumar o dividir, se puede hacer mentalmente sin recurrir a este.
Cuando no se está esculcando la vida de los conocidos en Facebook, se está en Twitter contando el quehacer o en Pinterest publicando alguna abstracción de la realidad. En síntesis, se hacen varias cosas que regularmente poco tiene que ver con las reales responsabilidades o posibilidades del sujeto, pues fácilmente se encuentran absortos en su pequeño mundo telefónico.
En sus inicios, este pequeño aparato era para la realización y recepción de llamadas, ahora son muy pocas las que se realizan, incluso para dar una felicitación la gente prefiere enviar mensajes de texto que llamar, agotando toda vía de comunicación unipersonal, voz a voz, cara a cara.
Sí, los celulares le han facilitado la vida a muchos en la realización de llamadas, en tiempo operativo, ahorrándoles múltiples diligencias. Sin embargo, no podemos negar lo fácil que pueden abstraernos de la realidad física al punto de olvidar cómo interactuar con las personas.
Los dispositivos móviles no son las mejores compañías.