Por: Alberto Morales.
La agitación de las redes sociales y de sectores progresistas de la sociedad colombiana con el bochornoso proceso de la reelección del Procurador Alejandro Ordóñez, ha puesto sobre el tapete una discusión en torno a lo que significa la intemperancia religiosa de cara a la ley, tanto como un abordaje al tema de la ética.
Quienes vemos con horror cómo la figura de Alejandro Ordóñez encarna todo lo de perverso que anida en el fanatismo religioso, pudimos asistir al espectáculo de la violación flagrante de todas las normas para garantizar esa reelección. Fueron públicas las canonjías y favores, las negociaciones oscuras, la desaparición de principios partidarios, las satrapías y componendas. A no dudarlo, el país dio un descomunal paso hacia atrás.
Tal vez fue al profesor Carlos Gaviria a quien le escuchamos una reflexión en el sentido de que durante mucho tiempo se pensó en este país que “la mejor manera de fundamentar la ética era la creencia religiosa”. Y la reflexión es válida pues no podemos olvidar que Colombia estaba consagrada al Corazón de Jesús y que la Constitución se proclamaba en nombre de Dios. Así, se entendía entonces por ética, aquella que era concebible en la óptica de la religión Católica Romana.
El profesor Gaviria reivindica el inmenso avance que en este sentido significó la Reforma Constitucional de 1991, pues de ella surge una propuesta ética no secular, que se hace evidente desde los postulados de su Artículo Primero, en el que queda claramente expresado como la “Constitución aspira a conformar una sociedad pluralista, fundada en el respeto a la dignidad humana”
Ese reconocimiento expreso a la diferencia, al hecho irrenunciable de que somos diferentes y que debemos respetarnos desde la diferencia, constituye un importante paso adelante, en tanto no resigna el hecho ético a la creencia, pues hay ciertamente en la sociedad seres humanos que no necesariamente carecemos de ética por el hecho de no tener una creencia religiosa. En este reconocimiento se fundamenta la existencia de un estado pluralista.
El mundo del Procurador Alejandro Ordóñez es diferente. Es un mundo que no admite a los homosexuales, que hace caso omiso de la ley y, desde su creencia religiosa, estigmatiza y condena a toda mujer que se practique un aborto, así tal práctica se ajuste con rigor a lo que la ley permite. Es un mundo torvo que asume que la única verdad y ley posible es la verdad de su religión y las leyes que su religión impone.
Amparado en su condición de iluminado, entonces practica con entusiasmo delirante el principio según el cual “el fin justifica los medios”, y entonces hace pactos secretos, compra votos por decisiones que favorecen a parapolíticos, amenaza con sanciones e investigaciones, envía mensajes crípticos, reparte perdones a diestra y siniestra, acosa a quienes no comparten sus creencias y viola y viola y viola la ley sin preocupación, asumiendo que por ser quien es y, contando con la voluntad y el poder de su Dios, todo lo merece y todo lo puede.
Se trata desde luego de una personilla intolerable para la democracia y para el respeto a nuestra constitución. Quienes lo aplauden y lo reeligen representan al sector más atrasado y corrupto de la sociedad. Dolor de patria…