Escribe: Alberto Morales.
Aunque originalmente el término hartazgo estaba asociado a los límites de la ingesta, a ese estado de saciedad que atraviesa todas las fronteras y genera ya no una sensación de satisfacción sino de fastidio e incluso aburrimiento, estar harto ha venido adquiriendo nuevos significados.
El término se asocia también a llegar al límite extremo de la resistencia, a una saturación de hechos, de circunstancias, de fenómenos, de comportamientos, que terminan siendo inadmisibles.
Ese es el escenario de hoy, un escenario que ha llegado al extremo de los extremos.
Los desafueros de la violencia aquí y en el mundo no parecen tener límites: Las minas quiebrapatas, los genocidios, las balas “perdidas” que arrasan con vidas infantiles, las mujeres escupidas, violadas, desolladas, las torturas, los francotiradores urbanos, los argumentos con los que se justifica la barbarie.
La corrupción que serpentea por los pasillos del poder, que avanza a lo largo y ancho de las oficinas públicas, que se apodera de las más altas instancias de la justicia, que cubre los actos de procuradores , contralores y fiscales; que escala las instancias presidenciales, y hace estragos en el sector financiero y en la industria.
La inmoralidad generalizada, la pérdida total de todo principio ético, la sal corrompida, los curas pederastas, los obispos negociantes, los Papas sibilantes.
Es una sensación de impotencia, de nada qué hacer.
¿Cuál es el límite?, cuando vamos a detenernos y a decir basta a esta orgía de miedo, de sangre, de indiferencia?
Todo sucede frente a nuestros ojos y este silencio nuestro nos convierte en cómplices de todo.
Abstenernos de hacer algo nos ubica en la misma territorialidad de los dementes que han hecho de la violencia su estado natural, de los corruptos que han hecho de la inmoralidad su estado natural.
Victoria Camps, cuando mira con estupor este estado de cosas, hace referencia a que la posición cómoda de aceptarlo todo, de admitirlo todo, con el argumento de que eso nada tiene que ver conmigo, o que mientras no me toque, no tengo nada que decir, es precisamente el caldo de cultivo en donde se cuece este proceso de autodestrucción.
Declarar el hartazgo, sentirlo, sufrirlo, sea tal vez el principio, ese instante supremo y liberador que nos permita actuar, que nos permita decidir que esta en cada uno de nosotros la obligación de intentar por lo menos una acción para empezar a cambiarlo todo…