Escribe: Alberto Morales
Si, el pasado 15 de Marzo se celebró el día Internacional de los Derechos del Consumidor y salvo el registro noticioso y las menciones al Estatuto del Consumidor que fué sancionado por la Presidencia de la República, no hubo pronunciamientos adicionales de ningún sector de la economía.
Preocupa que la Publicidad y el Mercadeo también estuvieran en silencio, pues en su caso en particular se trata de un acto supremo de inconsecuencia.
Para nadie es un secreto que el mundo de los negocios de hoy está signado por dos tendencias relevantes:
La primera es la que se ha denominado “escenario de guerra”.
Y no se trata de darle una nueva denominación a la “economía de mercado” y al concepto de la “libre concurrencia”.
No se trata solamente de reivindicar la condición de competencia abierta que define a la economía capitalista. Se trata de entender que no existe una sola actividad productiva, comercial o de servicios que no tenga un competidor aludiendo a su mismo mercado y cuyo interés sea precisamente que su competencia desaparezca.
No es una guerra en sentido figurado. Es una guerra a muerte y una guerra literal. Una guerra que deja muertos en el campo de batalla, expresados en términos de desempleo, de liquidación de sociedades, de desaparición de negocios que fueron paradigmáticos en el pasado.
La quinta esencia de esta tendencia se centra en el hecho de que sobre cada consumidor confluyen ofertas múltiples de características virtualmente iguales y que, en consecuencia, la decisión de ese consumidor en beneficio de una u otra alternativa será siempre en detrimento de las demás.
Eso explica que la segunda tendencia sea
El creciente poder del consumidor.
El consumidor ya no es el oscuro miembro de una masa inerme y homogénea a la que se entregan bienes y servicios para que sean “devorados”. Se trata de individuos informados, conscientes de sus derechos, reticentes a ser tratados con los métodos antiguos de la masificación; poseedores de un alto concepto de su individualidad, con férreos sistemas de creencias que los insertan en micro-culturas propias y excluyentes, pero sobre todo, consumidores exigentes y con una total conciencia de su poder real en la economía de mercados.
Todos los profesionales de la Publicidad y el Mercadeo asumen esas premisas a la manera de axiomas, pero nada de eso aflora en el día del consumidor.
Es extraño.
Salvo que los unos y los otros estén aterrorizados con las consecuencias que para sus oficios tendrá el Estatuto referido y sobre todo en el articulado pertinente a la Publicidad engañosa.
Puede ser un prejuicio, claro, pero sería bueno escuchar una explicación….