Escribe: Dannisol A.B.
La guerra de las marcas tiene su propio escenario, la publicidad. Cada pieza gráfica, copy o spot alimenta la batalla por dominar el mercado y “capturar al consumidor.”
La rivalidad entre las marcas y sus respectivos grupos económicos ha obligado al desarrollo competitivo de los mercados, iniciando con el producto hasta llegar a la estrategia de marketing que se implementará para captar el interés del consumidor o cliente potencial.
Entre tanto, todo lo que buscan las marcas, con sus respectivos productos, son el reconocimiento y la recordación consciente y afable de la misma.
Año tras año, prueban su efectividad y éxito a través de “innovadores” y, quizá, desesperantes desarrollos publicitarios que le apuestan al mensaje emotivo y provocador que encierra la personalidad de dicha marca.
Aunque es claro que el competidor jamás se llamará como su contrincante, innovar se hace cada vez más difícil, sobretodo a la velocidad en que se cuecen los cambios sociales. Por ello, el reto está en mantenerse y distinguirse dentro del mercado.
En este sentido, una marca tiene la posibilidad de convertirse en un referente liderando la tendencia o en un imitador copiando todo lo que su competidor hace, sin nada o poca originalidad. Lo cual no es una opción recomendable ni respetable.
La realidad es que para cualquier negocio, ser el primero es una meta, pero para llegar allí, la marca o producto debe gozar, no sólo de una calidad inmensurable, sino también de visión para trabajar por ser siempre diferente y lograr impactar a su “público”.
La historia publicitaria nos evidencia cuan desleal puede ser la guerra de productos y marcas, cuando no arremete contra su oponente comercial se compara crudamente demeritando la competencia. En definitiva es un mal uso de la llamada “publicidad comparativa”.
Sin embargo, hoy la competencia se ha volcado a las emociones y el poder se encuentra en las percepciones del cliente potencial o consumidor, en lo que piensan y sienten alrededor de la marca o producto, dando así total relevancia a la personalidad que los estrategas y especialistas construyen para “humanizarlos”.
Si bien, los clientes o en su defecto consumidores son personas y no números. ¿Estás preparado para competir? ¿Cómo compites? ¿Tienes un plan?
Evolucionar, desarrollarse e innovar en los negocios exige estos planteamientos.