Manes, un sabio Persa francamente muy antiguo (por el 200 de nuestra era) construyó una doctrina que dio origen a lo que hoy se conoce (¿se conoció?) como el Maniqueísmo.
La teoría es bastante sencilla y contundente: Para Manes se trata de la fe definitiva, la completa, la fe que es capaz de invalidar a todas las demás.
Es por ello que la expresión “Maniqueísmo” terminó definiendo toda aquella postura conceptual o ideológica que se ubica en el extremo.
Hay, con estos temas de la Comunicación y la Publicidad, unas posturas Maniqueistas, es decir, extremas, que resignan en esta técnica (es definitivamente “maniqueo” asumirlas como una ciencia) resignan, digo, la solución final.
Se asume que si hay una empresa o una marca con graves dificultades de percepción (lea usted por ejemplo Metroplus, o Pacific Rubiales…) entonces ahí está la comunicación en general y la publicidad en particular, para arreglar el entuerto. A esta expectativa se asume la posición de candidatos o gobernantes (lea usted por ejemplo un Santos, un Maduro…) que resignan también en la fórmula de la comunicación o de la publicidad a la panacea que ha de sacarlos del atolladero.
Debo reconocer también que esa vocación “maniquea” les fascina a muchos comunicadores y publicistas (para la muestra, un JJ Rendón por ejemplo) que les gusta auto-asumirse como la solución final, la extrema, la inapelable.
Son felices creyendo que pueden ubicarse en un estadio superior, una especie de trono encumbrado, desde donde “orientan”, “inducen”, “conducen” a una masa informe, inferior, difusa, que está ahí, muy por debajo de ellos, esperando a que les digan qué tienen que hacer, cómo deben pensar, qué deben comprar. Es el reino de la ilusión.
Pueden llorar.
El mundo de hoy, el mundo de las comunicaciones de hoy, el de la publicidad de hoy, no está hecho para esas sandeces. Los grupos objetivos, los clientes, los consumidores de hoy, no son hordas de borregos que actúan en consecuencia con las artimañas de quienes quieren manipularlos. Ese mundo de hoy exige ética, respeto, conocimiento profundo del interlocutor, una cabal comprensión de sus creencias, una actitud de aprendizaje frente a él, para que ya sea la comunicación, ya sea la publicidad, cumpla su objetivo más contundente, acaso el único: hacerse entender…