La derrota del pensamiento

Escribe: Alberto Morales

Un análisis formidable del filósofo Alain Finkielkraut, capaz de explicar las razones de la estupidez colectiva.

Claro que usted lo ha notado.

Es una tendencia que se deja oír por la radio, la ve usted en las noticias de televisión, explota en las revistas de farándula, rebota en los periódicos y se apodera de las conversaciones cotidianas… es el imperio de lo “Light”.

¡Se nos vino encima el mundo liviano!

Ahora es así, nos dicen. Son los tiempos modernos.

Nada merece un análisis. ¿Para qué? -piensa la gente, e incluso lo verbaliza- ¿qué objeto va a tener la más mínima reflexión si aquí nunca pasa nada?

Las cosas se olvidan fácilmente. Nos han vendido la idea de que los acontecimientos se suceden a una tal velocidad, que el interés cambia de un minuto a otro. El mundo pasa raudo frente a nuestros ojos y nosotros apenas lo notamos.

Amparados en esa tendencia a la amnesia colectiva, algunos políticos notables resignan su existencia al denominado efecto teflón: la ausencia de consecuencias. ¡Hasta dónde hemos llegado!

Y entonces, cuando está uno a punto de perder toda esperanza, se le aparece redentor un personaje cuyo oficio no parece ser nada distinto al de pensar: Alain Finkielkraut.

Se trata de un filósofo y ensayista francés que parece encontrar una respuesta a este nuevo escenario de banalización extrema, de comportamiento fatuo, de barbarización masiva, de imbecilidad generalizada, con un texto que es notable: “La derrota del pensamiento”

Vamos por partes, porque el libro tiene varias.

En la primera, hay una reflexión fascinante que compromete el concepto

contemporáneo de “nación”. Es una mirada crítica a la manera como esa

“nación” borra al individuo.

En aras a una ruptura con los privilegios nobiliarios y el absolutismo real, los revolucionarios apelan al “Contrato Social” que termina – y aquí parafrasea a Joseph de Maestre- convirtiéndose en una “nueva quimera”.

La premisa mete miedo: Resulta que la sociedad no nace del hombre, él es quien nace en una sociedad determinada. De allí que para Finkielkraut las Constituciones universales, las normatividades racionales, el bien común civilizador, tienen la capacidad de desposeer a los individuos y a las culturas de sus singularidades.

El hombre las enfila todas contra el modelo rousseauniano de la voluntad general, contra el imperativo de una supuesta conciencia de todos los tiempos y de todos los lugares, y es a partir de este concepto desde donde caza la pelea que emerge en la segunda parte.

Su primera punzada es contra la UNESCO.

Desde su punto de vista, hay en la declaración de constitución de este organismo internacional creado por las Naciones Unidas para impulsar la ciencia y la cultura, un engendro que pretende inmunizar al mundo contra las doctrinas que tienden a negar la unidad del género humano. El etnocentrismo, tan occidental, tan europeo, termina en la picota pública. Pretenden, dice Finkielkraut, que NO desarrollemos el hilo del tiempo, que NO descubramos en nuestros antepasados la imagen o el esbozo de nosotros mismos. Les interesa un mundo uniformado, en el que los valores occidentales son linterna que se enciende so pretexto de iluminarnos.

Es la pervivencia de la lógica colonial que, al no admitir la lógica de la identidad, niega todo lugar para el individuo.

Y entonces se centra en la tesis del “aniquilamiento de la individualidad” para ingresar a los territorios de la educación y de la cultura.

Montaigne es apropiado para hablar de la tarea específica de la educación, como la de propugnar por “el aprendizaje de la duda”, toda vez que en los escenarios actuales, los escenarios posmodernos, la innegable existencia de culturas diversas que confluyen en territorios dados (ese mundo sin fronteras del que tanto se habla hoy, la “aldea global”) irrigado insistentemente por una definición según la cual “todo es cultura”, consolida una idea perversa que termina imponiéndose a fuerza de idealizar la facilidad: Ya no se puede aspirar a “una sociedad auténtica, en la que todos los individuos vivan cómodamente en su identidad cultural, sino a una sociedad polimorfa. Lo multicultural es entendido arbitrariamente como un mundo bien surtido, en el que lo que se aprecia no son las culturas como tales sino su versión edulcorada”.

Y entonces, desde tal concepción, resulta no sólo obvio sino fácil despeñarnos por el desfiladero:

“Siempre que lleve la firma de un gran diseñador, un par de botas equivale a Shakespeare ; una frase publicitaria eficaz equivale a un poema de Apollinaire o de Francis Ponge; un ritmo de Rock equivale a una melodía de Duke Ellington; un partido de fútbol equivale a un ballet de Pina Bausch, un gran modisto equivale a Manet…”

Lo grave no es esto, que ya de suyo es sumamente grave. La ética, al igual que los placeres, empieza también a vivirse a la carta. El pensamiento deja entonces de ser un valor supremo y se vuelve tan facultativo como la lotería primitiva. Todo en el universo se convierte en opciones legítimas y desaparecen las obligaciones. Se ha convertido en intolerable negar la etiqueta de cultural a cualquier tipo de distracción.

Ser libre en el sentido Nietszchiano del término, cuando dice que dejar de avergonzarse de uno mismo es la señal de la libertad realizada, se torna en un himno personal.

Todo gira alrededor de la inmediatez de las pasiones más elementales.

La tesis de Finkielfraut es que la cultura se ha disuelto en tanto se ha borrado la frontera entre la cultura y la diversión.

Un efecto demoledor del triunfo de la imbecilidad, es que han desaparecido por lo tanto los lugares para acoger y para conferir sentido a la cultura en el sentido antiguo del término. La vida guiada por el intelecto ha perdido significación.

Cuando la opinión pública se construye desde la cabina de Julito, el “debilitamiento de la voluntad” toma forma, la ceguera hace metástasis y quedamos en poder de la barbarie. El libro cierra con un axioma doloroso:

La vida guiada por el pensamiento cede suavemente su lugar al terrible y ridículo cara a cara del fanático y del zombie”.

Tal vez como nunca antes sea necesario el retorno a las calles para gritar enardecidos: ¡Ahí están, esos son!


subscriber

Related Articles

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *