A propósito del debate en torno a Revertrex.
Bueno, mientras la diva Grisales vocifera y los Julitos la resuenan y el Invima balbucea, (incapaz de explicar lo tardío de sus decisiones) los publicistas parecemos pasar agachados frente a esta debacle que compromete de lejos, la visión ética que se tiene de las comunicaciones.
Hay que dar la cara.
La “avivatada” de aceptar encargos para publicitar productos dudosos desde su concepción, productos que pescan en el río revuelto de la ignorancia, tiene que tener un precio.
La “avivatada” de buscar la palabra milagrosa que sea capaz de neutralizar las exigencias de la ley, pero que sea a su vez poderosa para provocar a los incautos, tiene que tener una sanción.
Ese relato dominante según el cual es lícito que “el vivo se coma al bobo” tiene que terminar, porque todo lo que subyace en ese predicamento es un arrasamiento de cualquier asomo de la ética. Es la cultura del “todo vale” que se entronizó en el país hace ya nueve años y que hizo metástasis en todo el organismo de nuestra sociedad.
El caso del Revertrex no es una anécdota cualquiera. Apunta al corazón de la ética social. Vale preguntarnos ¿cuándo vamos a llegar al límite de lo intolerable, cuándo vamos a empezar a movilizarnos y a desencadenar auténticas sanciones sociales?
¿Acaso no seremos capaces de revertir esa visión triste y desgarradora del mundo que nos ofrece Pascal Bruckner en su formidable texto “La euforia perpetua”?:
Bruckner se recrea analizando una sociedad en la que todo está puesto patas arriba. “Ganar tiempo: hasta ahora eso quería decir guardar momentos para uno mismo en mitad de las tareas serviles y agotadoras. Ahora significa la productividad empedernida, acumulación maníaca de años complementarios arrancados a la cronología… nuestras patéticas excursiones hacia la Tierra Prometida de la buena salud no tienen nada que envidiar a las mortificaciones de los antiguos devotos. Al querer eliminar cualquier anomalía, cualquier debilidad, se acaba por negar lo que constituye la principal virtud de la salud: la indiferencia hacia uno mismo… extraño empeño este de examinarse y fustigarse que hace del cuerpo, como antaño el cristianismo, el lugar de una amenaza latente… La felicidad vivida como maldición es el lado tenebroso del sueño americano…”
La pasión por el gimnasio, las dietas desmedidas, la obsesión de no envejecer, le permiten a Bruckner concluir que “el infierno de nuestros contemporáneos se llama insipidez. El paraiso que buscan, plenitud. Los hay que viven y los hay que duran”.
Pero bueno, tal vez a los publicistas no les interesa ningún tipo de reflexión, pensar parece asustarlos. Su existencia, como dice Bruckner, “es de una interminable brevedad, larga como un día sin fin y siempre demasiado corta con respecto a lo posible…”
Basta con mirar de cerca el rostro de la Grisales, ella sabe que “coserse a fuego lento tiene unos costes exorbitantes…”