Una actitud frente a los globos y la pólvora que compromete una posición ética
Escribe: Alberto Morales
Yo entiendo que un hombre inteligente y culto como Pascual Gaviria haya hecho de las posiciones contestarias un sello que lo caracteriza, una especie de talante, una identidad.
Ciertamente, el ir contra la corriente y el no tragar entero es además una virtud del periodista y una expresión de quien ejerce la libertad de pensamiento.
Todas esas condiciones se reflejan en los dos artículos que Pascual escribió, uno en el periódico Universo Centro y otro en su Blog, acerca de los dos temas referidos: Globos y Pólvora.
Pienso, no obstante, que esa rebeldía “intelectual” ejercida en beneficio de dos prácticas que -está demostrado- se han convertido en un flagelo real y objetivo, en tanto desencadenan muertos y heridos en poblaciones vulnerables y daños evidentes por incendios, termina generando una percepción contraria: la de que Pascual Gaviria privilegia la causa de su imagen de “L’enfant terrible” utilizando el peor medio: el de la justificación de la barbarie.
Barbarie: “Estado de la persona o el grupo que se considera inculto o no civilizado”.
“Actitud de la persona que actúa con violencia y crueldad, sin compasión ni
humanidad, contra la vida o la dignidad de los demás”
Ah…¡la literatura!
Usted puede leer a Luis Tejada hablando de “fogatas encendidas en el patio, de papel de seda iluminado, de faroles rojos, de grato olor de alcohol y bencina, de algarabía de muchachos acumulados que ven subir sobre las tejas la bomba de papel, hinchada, lenta y policroma…” y puede conmoverse frente a la inocencia de la descripción, como lo hace Pascual en su artículo, pero referir a “El Globo Fantasma” de Rubem Fonseca como una contextualización idílica de este tipo de aventura, ya suena perverso. Mire nada más:
El cuento narra las contradicciones existentes entre un funcionario encargado de una unidad que debe “evitar que los globeros construyeran y soltaran globos… los globos eran ilegales. Al caer incendiaban la vegetación de los parques de la ciudad, instalaciones industriales, residencias particulares…” y dos compañeras de trabajo que han decidido presentar a sus superiores un informe en el que lo denunciarán por simpatizar con la causa que persigue.
En el cuento abundan consideraciones como estas:
“Mientras tanto los bosques y los cerros de la ciudad se incendian…”
“Son comunidades enteras las que hacen el globo…””¿Comunidades enteras? Que justificación más idiota. Si comunidades enteras practican el linchamiento ¿te pones de parte de los asesinos?…”
“Diogo sabe todo sobre el globo. Me dijo que los incendios son causados por los globos pequeños. Los globos grandes son hechos por especialistas y se apagan cuando aún están en el cielo. Cuando caen, la mecha ya no arde…” Un párrafo que incluso Pascual recoge en su crónica, pero que se abstiene de contar lo que el cuento plantea a renglón seguido: “No les conté que a veces, por un defecto de la mecha o de la estructura, los globos grandes estallan… y al caer incendian todo lo que está abajo…”
Mala leche el Pascual, soltar esa información a medias…
La trama gira en torno a la búsqueda de un globo apoteósico (armado con 10 toneladas de papel de seda) que los globeros van a elevar clandestinamente.
El desenlace ocurre cuando la descomunal mole aparece en el aire (le dicen “el cabrón) e inicia un periplo amenazante que lo mismo sugiere que destrozará el aeropuerto, o que se dirigirá al centro de la ciudad o al bosque (su rumbo es incierto como el de todos los globos del mundo), para finalmente caer al mar. Bueno, el cuento tiene también una pizca de sexo por allá y otra pizca de humor más acá, pero esa es su esencia.
“El Globo Fantasma” no es un buen ejemplo para sustentar la defensa de las “tradiciones prohibidas”, más bien reafirma “la manía de los faroles de papel de ser leves briznas al viento y al azar”, el hecho de que “no tienen ni rienda ni itinerario y que pueden elegir para su aterrizaje, por simple curiosidad, la bendita claraboya de una bodega” como en efecto ha ocurrido con sus estragos de muerte.
Ese es el riesgo de los globos, que nadie tiene control sobre ellos una vez los sueltan.
Y entonces, luego de su apología a los globos, el artículo del Blog complementa su acto de rebeldía, haciendo otro tanto con la pólvora, toda vez que a él como a Vallejo “el sólo olor a pólvora me expande el alma”.
Ahí está Pascual derretido en la nostalgia, remitiéndonos a textos que relatan la épica del pasado asociada a “pólvora, aguardiente y fiesta”, y haciendo un listado de esos juguetes de fuego que tanto alegraron su infancia y que trae a nombre del gran Carrasquilla: “infiernos y gargantillas… casacas y petardos…buscapiés y triquitraques…”
Y es desde la nostalgia que acusa a esos “silenciosos, cívicos, moderados”que clamamos contra la pólvora, puesto que la pólvora es tradición del antioqueño. Poco le importa a Pascual lo que pasa con el petardo y poco le importa la evolución, el cambio, ese lento y persistente proceso de la civilización que transita de manera irreversible hacia adelante, hacia la construcción no sólo de nuevas estéticas sociales, sino de la consolidación de una ética que habla de respeto por el otro y por la naturaleza y por los animales, una ética que habla de desarrollar la capacidad de convivir con la diferencia.
Se asemeja a esos defensores de la tradición que claman por mantener prácticas nefastas como la ablación, tan de uso en las aldeas de Yemen y África, o las corralejas, o el canibalismo, o las ofrendas de seres vivos que los Aztecas hacían a sus dioses.
No se merece la inteligencia de Pascual esa repentina decisión de lanzarse a los abismos del pasado…